Poco se sabe sobre esta festividad en nuestra zona, también conocida como Epifanía, que tiene lugar todos los años el 6 de enero, fecha en que los Reyes visitaron al Niño Jesús recién nacido en Belén y llevaron regalos como oro, incienso y mirra. Estos tres elementos eran considerados de un gran valor y un privilegio recibirlos como obsequios.
Las historias orales valen como aporte a la tradición de esta fecha en nuestra Colonia San José, donde en esta época y en ese día también los pequeños esperaban un obsequio con la simpleza de su infancia.
Desde temprano se organizaban en la familia en juntar el pasto con agua, escribir una carta o simplemente esperar si en la casa pasaban los camellos cargados de obsequios. Las noches eran largas, donde todos en silencio querían escuchar el ruido de pisadas o de papeles que crujían o simplemente un paquete que descuidadamente caía. Algunos conjeturaban haber oído los perros que ladraban como con un gran susto por ese animal gigante que llegaba, otros decían percibir cómo comían el pasto y bebían el agua colocados cuidadosamente en algún latón o tacho de cinc. No estaban ausentes las bromas de los hermanos mayores, a sabiendas de quiénes eran los reyes, que provocaban sonidos simulando la visita tan esperada y deleitándose de la simpleza de una niñez pura y esperanzada.
Al amanecer, no había necesidad de despertarlos, desde muy temprano sus ojos estaban desorbitados y la ansiedad los perturbaba hasta que corrían a la ventana donde el alimento estaba depositado. ¡ El agua no está más!, gritaban, ¡ El pasto, se lo comieron todo!, observaba otro. Al comentario de la madre que decía “ vienen de lejos y tenían mucha hambre y sed”, buscaban los paquetes tan esperados.
¡ Me trajeron lo que pedí!, exclamó María del Carmen con sus ojos que reflejaban las lágrimas de felicidad. Con la placidez de una niña, nunca supo que su madre trabajó a escondidas durante mucho tiempo para confeccionar una muñeca con retazos de tela y unas delicadas trenzas hechas con sobrantes de lana. Su hermano Antonio, en cambio le dejaron un pantalón y no un juguete como había pedido.
Al encontrarnos con algunas personas nos cuentan que en muchos casos se debían conformar con algunos caramelos de dulce de leche grandes, o una torta casera con un poquito de azúcar o una confitura poco conocida.
Las familias no podían, en muchos casos, adquirir regalos costosos pues los precios eran altos y el almacén de ramos generales pocas veces tenía a la venta juguetes, sólo se pensaba en utensilios de utilidad para la casa o en el campo.
De todos maneras, la fiesta de Reyes era un momento esperado, con la simplicidad de las familias de la campiña y la sonrisa de los niños entusiastas ante este hecho ocasional.
Cuadro de la autora naif Mabel Baccaro que simboliza este momento y fue donado al Museo Histórico Regional de la Colonia San José.
Fuente: Museo Histórico Regional de la Colonia San José
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